Revolución. No, no estamos hablando de tomar las armas. Estamos hablando de que acabamos de ser víctimas de una imposición flagrante, una imposición fraguada en las más altas esferas del poder, ahí donde la vieja oligarquía manda. Donde los dueños del dinero —y por lo tanto, de México— han dicho que nuestro siguiente presidente debe ser Enrique Peña Nieto, un títere del sistema cuyos hilos se han ido tejiendo en años de desinformación mediática y manipulación cínica de las instituciones electorales. Entendemos —y muy bien—, que el asunto no queda en quitar a Peña Nieto para poner a otro presidente; va mucho más allá, y termina en un cambio de fondo; sin embargo, no podemos permitirle a un gobernante ilegítimo el asumir que se puede cometer un fraude y tomar el poder como si nada. Es nuestra obligación recordarle cada día de su mandato que la mayor parte del pueblo de México no lo considera presidente. Es nuestra obligación no resignarnos ni claudicar; la lucha debe seguir, desde varios frentes y con ánimos renovados. No para reemplazar a Peña Nieto por otro político más (como muchos críticos creen), sino para sentar un precedente de que quien manda no son ni partidos ni políticos ni consejeros ni magistrados: quien manda es el pueblo.
No es momento para la desunión ni para la violencia. Una lucha violenta alejaría a miles que creemos en otras alternativas, quizá más largas, quizá menos viscerales, pero mucho más efectivas a largo plazo. Desde nuestra trinchera de medio libre e independiente hacemos un llamado a tomar las armas, nuestras armas, esas que el gobierno desconoce y no sabe cómo combatir. Esas armas que no requieren de pólvora o de sangre: la resistencia civil pacífica, la desobediencia civil, la democratización de medios y la creación de medios propios, la información, la protesta, la creatividad, la música, la literatura y todas las artes, la juventud revoltosa y alegre, la necedad de perseverar y la locura “ingenua” de creer que se pueden cambiar las cosas.
¿Y cuál es el cambio de fondo que necesitamos? Justo ahí radica nuestra revolución. Hace ya mucho tiempo que la clase política —toda ella— se ha olvidado de nosotros. Lo han hecho, en gran parte, gracias a nuestra apatía e indiferencia; sí, pésele a quien le pese, lo han hecho porque se los hemos permitido. Pero eso está cambiando, y cada día más gente está dispuesta a levantar la voz, a despertar; esa es nuestra revolución: la revolución de las conciencias. La contrademocracia. El empoderamiento ciudadano. Ese es nuestro objetivo final: que la mayor parte de los ciudadanos dejen de considerar la política como algo aburrido y la empiecen a considerar algo en lo que pueden y deben participar, sin necesidad de tener un puesto público, por pura y sana convicción democrática. Tenemos pocas herramientas para lograr esta participación ciudadana de manera institucional, ya que los organismos gubernamentales están secuestrados por unos cuantos. Que eso no nos desanime, al contrario, si no podemos apoderarnos de ellos, es tiempo de empezar a apoderarnos de los espacios públicos —espacios que nos pertenecen—, para así, cada vez que los dueños ilegítimos de México quieran restregarnos su poder en la cara, les digamos: ustedes tendrán las instituciones, pero nosotros tenemos las calles.
Atte.
Comité Editorial
No es momento para la desunión ni para la violencia. Una lucha violenta alejaría a miles que creemos en otras alternativas, quizá más largas, quizá menos viscerales, pero mucho más efectivas a largo plazo. Desde nuestra trinchera de medio libre e independiente hacemos un llamado a tomar las armas, nuestras armas, esas que el gobierno desconoce y no sabe cómo combatir. Esas armas que no requieren de pólvora o de sangre: la resistencia civil pacífica, la desobediencia civil, la democratización de medios y la creación de medios propios, la información, la protesta, la creatividad, la música, la literatura y todas las artes, la juventud revoltosa y alegre, la necedad de perseverar y la locura “ingenua” de creer que se pueden cambiar las cosas.
¿Y cuál es el cambio de fondo que necesitamos? Justo ahí radica nuestra revolución. Hace ya mucho tiempo que la clase política —toda ella— se ha olvidado de nosotros. Lo han hecho, en gran parte, gracias a nuestra apatía e indiferencia; sí, pésele a quien le pese, lo han hecho porque se los hemos permitido. Pero eso está cambiando, y cada día más gente está dispuesta a levantar la voz, a despertar; esa es nuestra revolución: la revolución de las conciencias. La contrademocracia. El empoderamiento ciudadano. Ese es nuestro objetivo final: que la mayor parte de los ciudadanos dejen de considerar la política como algo aburrido y la empiecen a considerar algo en lo que pueden y deben participar, sin necesidad de tener un puesto público, por pura y sana convicción democrática. Tenemos pocas herramientas para lograr esta participación ciudadana de manera institucional, ya que los organismos gubernamentales están secuestrados por unos cuantos. Que eso no nos desanime, al contrario, si no podemos apoderarnos de ellos, es tiempo de empezar a apoderarnos de los espacios públicos —espacios que nos pertenecen—, para así, cada vez que los dueños ilegítimos de México quieran restregarnos su poder en la cara, les digamos: ustedes tendrán las instituciones, pero nosotros tenemos las calles.
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